¿Es eso lo que intentamos preservar?

La ciudad
 
A veces confundimos el significado de cultura popular con el de bajeza. 

La urbe guarda en lo más profundo de las callejuelas un olor a todo; un olor a orina rancia, olor a coladera, a desechos humanos, a mierda, a comida mal sazonada, a gasolina, hedor a grasa requemada y podrida.  Tufo de sudor agrio que hace llorar los ojos, que marea el sentido y que provoca revolver el estómago para regresar lo ya ingerido.

En la urbe, montañas de residuos se yerguen en todas las esquinas, mezclados con aquella fauna que llaman nociva, pero que en realidad nada tiene que ver, son animales domesticados que igual que la cultura popular  han sido arrojados a la podredumbre, igual que la cultura popular se deslizan en la mala vida de las garnachas de paradero, en la comida rápida engordadora, en las mismas bebidas azucaradas que endulzan el paladar, de aquellos que no saben distinguir entre el sabor a grasa y sal; cáncer que recorre nuestras venas día a día, que nos mata lenta y  efectivamente, pero eso sí, con sabor a golosina.

Sedentarismo por obligación en los miles de edificios que inundan la ciudad, sedentarismo por convicción frente a unas cajas inertes que sólo muestran unos cuantos colores y otras pocas veces realidades que jamás vivirán.

Vetados del placer intelectual, nos quedamos amarrados a la única vida que nos han mostrado mas no la única existente, ¿en realidad podemos defender ese modelo de cultura popular? Que vive en las cloacas de la gran urbe alejada de los parques limpios, de las salas de cine, de las bibliotecas; que albergan vidas nuevas,  de los teatros; que representan un mundo de posibilidades, de un restaurante de buena sazón, de variedad de alimentos; que nutren el alma también, de lugares para ejercitar el cuerpo.

Gente fea en casi todos los aspectos, feos físicamente, feos intelectualmente, feos en actos; ventajoso, mala onda, mierderos, gente en las calles insultando a otras con y sin razón, abusando de los más débiles, matando perros y gatos con lujo de tortura, violando a hombres y a mujeres por igual, robando al prójimo igual de jodido que sí mismos. Matando a la madre que nos dio la vida, chingando nuestro único hogar.

Y todo se lo deben a la famosa ignorancia, hoy, ésta ya no puede ser un pretexto ni modo de vida, es una aberración, una maldita aberración que mutila la vida, que castra el pensamiento y que adormece el alma.  -No recuerdo haber ido alguna vez a una oficina de gobierno y que el servidor público haya estado atractivo físicamente, y dejando de lado ese aspecto banal, que haya sido amable- Somos o nos han convertido en gente fea en todos los aspectos y ¿es esa la cultura popular que intentamos preservar? ¿A qué precio?

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Es esa cultura que hemos predispuesto para nuestro servicio. Son nuestros choferes, son las trabajadoras de servicio doméstico, las costureras, las nanas cuida niños ajenos, las que dan su vida por unos niños mal agradecidos que en unos años se avergonzarán de ellas, son los policías; que siempre estarán en contra de su misma prole,  los ensambladores y maquiladores que sólo sirven para trabajar con las manos,  los recogedores de basura; que se sumergen en los desechos de aquéllos que sólo han nacido para producir basura, son los que nos dan de comer con el sudor de sus frentes.  Los que se chingan de sol a sol para cosechar lo que nunca podrán disfrutar, son los que hacen los aparatos que nunca usarán, los coches que nunca manejarán, el dinero que jamás  gastarán, la ropa que nunca vestirán, la comida que nunca comerá, los sueños que sólo sustentarán.

Son las manos que sostienen un estilo de vida que nunca podrán vivir, son los que mantienen a flote los lugares paradisíacos que nunca visitarán ni los que disfrutarán,  son los que logran que existan puestos que jamás ocuparán, pues ellos nunca han sido jefes, ni siquiera de sus propias ideas ni vidas. Son una especie domesticada para servir, para obedecer, para recibir órdenes sin chistar, para alimentar a un monstruo que sólo los creó para volvérselos a comer. Mano de obra barata. Servidumbre. Maquilador nunca creador, y en algunos casos -los peores- consumidores irracionales. Nos han negado el poder de decisión, no sabemos lo que significa eso.

Vivimos por vivir sin razón aparente, con muchos sueños pero con ninguno realizado, comiendo de la basura que ellos nos dan de comer. Viajando por las noches a los pedacitos de tierra que nos arroja como pan rancio, a las favelas derruidas,  después de sortear miles de transportes ineficientes, malolientes y caros comparados con las migajas de salarios que como limosna nos lanzan al suelo mes con mes.

Infelices en todos los aspectos de la vida humana, nos refugiamos en los sueños de los escaparates, en los fieles cuentos de hadas que presentan las telenovelas, en los grandes y luminosos espectaculares que reflejan sonrisas blancas como la nieve,  que reflejan felicidad, en esa vida que nos presentan como utopía, mas nunca como una posibilidad, jamás como objetivo realizable que podríamos encontrar en los libros literarios, esos libros que no sólo nos hacen vivir otras existencias sino que nos provocan la reflexión sobre la nuestra.

Jamás nos hemos cuestionado sobre la vida inútil que vivimos, y cuando por alguna razón esa idea llega a  germinar, la exterminan cual plaga bíblica con la famosa máxima “porque Dios así lo quiso” y hay mucho de cierto en esa máxima, sí, es verdad, “Dios así lo quiso”, pero ese Dios en comparación con el religioso, sí existe, tiene nombre y apellido y razones muy poderosas para quererlo así, ¿es esa cultura la que intentamos preservar? ¿Las de piezas de museo y las de servicio? ¿Para qué? ¿Para que un puñado de individuos que se sienten dueños del mundo se jacten de presumir al extranjero sus raíces y a sus criados? Cultura popular es todo y a la vez nada.


En nuestro idioma existe el “nadie” ese somos todos, “el don nadie” el que existe pero no, el que sólo sirve en época electoral, el que sólo sirve para pedir dineros internacionales y después… el olvido, la indiferencia y el plomo, mucho plomo para aquellos valientes que logran despertar del letargo.  Encadenados a sus hijos, teniendo hijos para mantener un modelo simplemente insostenible, y al final de los días, nunca sabremos de qué sirvió está jodida vida.

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